Variedad de sabores irresistibles, promesas de menor daño que los cigarrillos tradicionales y un estatus social cada vez más vinculado a su uso. Los vaporizadores han pasado de ser una curiosidad a un fenómeno entre los jóvenes peruanos. Según un informe de Activa, dos de cada diez peruanos los usan, y el grupo más afectado son los jóvenes de 18 a 29 años de nivel socioeconómico A. Pero, detrás de las nubes de vapor con aroma a fresa o algodón de azúcar, se esconden riesgos que podrían comprometer no solo su salud física, sino también su bienestar emocional y social.
Beatriz Canessa, psicóloga, docente y jefa del Departamento de Orientación Psicopedagógica de la Universidad de Lima, advierte que el problema no solo radica en la accesibilidad o en la publicidad engañosa, sino en un desconocimiento generalizado sobre los peligros reales del vapeo. “La normalización del vapeo como una alternativa menos nociva al cigarrillo lleva a muchos jóvenes a asumir riesgos que no entienden del todo”, señala.
Un problema social y psicológico
La popularidad de los vaporizadores, explica Canessa, se alimenta de varios factores sociales, como la influencia de amigos y familiares y la constante presencia de estos dispositivos en redes sociales y en publicidad. Pero, lo que preocupa más a la especialista, es cómo estas influencias moldean percepciones erróneas. “Es urgente implementar políticas más estrictas que regulen la venta y la publicidad de estos productos, especialmente para menores de edad”, subraya.
Además, la psicóloga hace un llamado a las instituciones educativas y los centros de esparcimiento para que lideren campañas de concientización sobre los riesgos del vapeo. “Actividades extracurriculares —como deportes o artes— pueden convertirse en factores protectores, al mantener a los jóvenes alejados de estas prácticas”, añade.
Señales de alerta: cuando el vapor deja huella
Detectar una posible adicción al vapeo no es tarea fácil, ya que los aromas agradables de los vaporizadores —como fresa, sandía o algodón de azúcar— pueden enmascarar el problema. Sin embargo, hay signos claros que los padres y los educadores deben tener en cuenta. “Cambios en el comportamiento, como irritabilidad, actitud defensiva, aislamiento social y pérdida de interés en actividades cotidianas, son señales de advertencia”, explica Canessa.
Además, el impacto en el rendimiento académico puede ser evidente, con una disminución de la concentración y el interés. “Estos comportamientos no son distintos de los observados en otras adicciones, como el consumo de sustancias o el uso excesivo de videojuegos”, puntualiza.
La percepción del riesgo: un desafío clave
Una de las barreras más grandes para combatir el vapeo es la percepción de que es inofensivo. Canessa explica que muchos jóvenes creen que el vapeo es seguro porque los líquidos tienen saborizantes, pero la realidad es distinta. “Estos productos contienen nicotina, formaldehído y metales cancerígenos. Es información que los jóvenes necesitan escuchar con claridad y sin filtros”, enfatiza.
Ley 32159: Un paso adelante, pero insuficiente
Canessa cree que se avanza en la dirección correcta con la reciente prohibición del vapeo en espacios públicos, pero advierte que la medida debe complementarse con educación y estrategias de prevención. “No basta con restringir su uso en ciertos lugares; debemos llegar a las raíces del problema, cambiar la percepción de los jóvenes y ofrecer alternativas saludables”, comenta.
Un enfoque integral para un problema complejo
Canessa propone una respuesta integral que abarca la detección temprana de adicciones y el fomento de habilidades sociales para resistir la presión grupal: “El apoyo familiar, el pensamiento crítico y el acceso a recursos de ayuda son herramientas fundamentales para enfrentar este desafío”, concluye.
Con el vapeo consolidándose como una tendencia entre los jóvenes peruanos, las implicancias van más allá de lo físico: afectan la percepción del riesgo, la salud mental y el tejido social.
“Es hora de actuar con firmeza y responsabilidad. Desde la familia, la escuela y las políticas públicas, debemos ofrecer a los jóvenes herramientas y entornos que prioricen su bienestar, alejándolos de estas prácticas nocivas”, finaliza Canessa.